Con la intención de recordarnos la enseñanza conciliar, las normas sobre el calendario litúrgico nos recuerdan que:
«La razón de ser del tiempo de Cuaresma es la preparación para la Pascua: la liturgia cuaresmal prepara a celebrar el Misterio Pascual, tanto a los catecúmenos, haciéndolos pasar por los diversos grados de la iniciación cristiana, como a los fieles que rememoran el bautismo y hacen penitencia».
De hecho, testimonios tan antiguos como el de Eusebio de Cesarea nos muestran cómo, desde el inicio de su existencia, el camino cuaresmal estuvo en dependencia absoluta de la Pascua y su dimensión bautismal2. Pero esta perspectiva se perdió cuando, a lo largo de los siglos, la liturgia, lamentablemente, fue dejando de lado su sentido comunitario para entregarse a una práctica y vivencia mucho más intimista.
No debe extrañarnos -entonces- que en las reflexiones litúrgicas del Vaticano II se haya buscado recuperar la perspectiva integral que nosotros, fieles a ese mismo espíritu conciliar, debemos esforzarnos por subrayar y vivir. Por eso, al iniciar un año más este tiempo de gracia que es la Cuaresma, debemos resistirnos a la tentación de reducir su significado a uno solo de los aspectos que la conforman. Por el contrario, estamos llamados a contemplar la extraordinaria riqueza de este periodo, tal y como nos lo esboza la liturgia de cada uno de los domingos que lo conforman.
En consecuencia, podemos entender que, al mirarla en su conjunto, la Cuaresma aparece como un tiempo cuyo eje medular es el Bautismo. La conversión, el ayuno, la penitencia y otros temas semejantes no deben ser desterrados de este tiempo litúrgico, pero tampoco deben aparecer como el centro. Ni siquiera la imagen de Cristo sufriente, tan cercana a la religiosidad popular, tendría que ocupar el puesto de privilegio, pues ese lugar le corresponde una vez más al Resucitado, a cuya gloria accedemos por los sacramentos que nos dan la vida eterna.
Ésta es la perspectiva correcta, la que ha sido recordada por el Concilio. Desde ella debemos entender incluso las particularidades rituales con las que -por contraste- la liturgia cuaresmal quiere mostrarnos la grandeza recibida en el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.